Para los Mayas el tiempo era algo cíclico y riguroso. Un concepto un tanto difícil de entender si lo analizamos solamente desde de la concepción lineal del tiempo, en donde uno tiene un inicio, un nudo y, finalmente, un desenlace. El tiempo entendido como un instrumento para medir el desarrollo o evolución de algo, o alguien.
Indudablemente, hablar del regreso a clases es hablar del tiempo. No hay una actividad moderna que esté más relacionada con el tiempo que la labor académica. Todos los aspectos de los estudiantes están mediados por el tiempo, categorizados y completamente organizados en cronogramas que nos permiten ubicar a cada individuo en un espacio y tiempo determinados. Herramientas muy útiles a la hora de organizar y controlar lo que de otro modo sería un caos, en el cual difícilmente se podría avanzar en cualquier materia.
Sin embargo, hay un instante en la línea del tiempo académico en el que el valor de este se confunde, pierde su rigor y se convierte simplemente en un momento, cíclico, que se repite año tras año, que todos de alguna manera esperan y que se configura en el espacio del colegio: el regreso a clases. Aún no hay horarios de clases; hay conversaciones, experiencias y situaciones que se han ido acumulando por semanas y que quieren ser contadas y escuchadas, que al iniciar, su relato, en el patio, se olvidan de todo tiempo. Un lapso de tiempo minúsculo en el que nadie logra, aún, estar pendiente de los que volvieron a reiniciar , o de aquellos que se han ido, o de los cambios de estatura de cada cual. En este pequeño periodo, que se ha repetido y acompañado a la escuela desde sus inicios, sólo cabe la emoción de volver a ver a aquellas personas que de algún modo u otro hacen parte de la vida de cada uno de nosotros.
En el fondo somos conscientes de que este tiempo maravilloso dejará de ser cíclico, desdoblándose en la linealidad sobre la cual competimos todos los días, siempre buscando un grado de desarrollo más avanzado que aquel que logró mi par; tratando de llegar siempre a tiempo; avanzando en grados de dificultad sobre el camino de cada disciplina; contando, finalmente, el tiempo para volver a salir. No obstante, y a pesar de las generaciones de estudiantes que puedan vivir para este momento, el tiempo vuelve sobre sí mismo, se hace cíclico, y nos regala, siempre, esa sensación de alegría del primer día de clases.
Por Omar Espinel
Docente de Humanidades